3 feb 2007







Aunque todo te convoque a ti,
al otro ser de todos mis engaños,
al enemigo intachable, triunfador,
diáfano enemigo de todo lo imperfecto.
Aunque a ti te aguarden éxitos sujetos
al más sórdido malestar de mi persona,
debo considerarte parte de mi piel,
mi nombre y de la insustancial fortuna
que rige con estrictos cánones
la consumación vital del sueño.

De ti me distingo aunque gobiernes
por exceso la vida que deseo, de ti,
ácido embajador de la mentira, porque,
aunque fuera feliz acaso de tu mano,
moriría el mismo día en que en tu nombre
sellase la fatal traición definitiva.

No me engaño: eres parte fundamental
de lo que algunos elogiaran en mi conducta.
Pues el éxito se compone de artificios inútiles
que degradan el corazón más áspero, relegándolo
a un instrumento para el disfrute ajeno,
cuando en su esencia se asemeja
al viajero que trata de nadar contracorriente.

La muerte, pues, es metafórica,
aunque en su sentido conlleve el sufrimiento
que la verdadera muerte acallaría.
Pues si el artista contempla una faz propia
allí donde impusiera su agradable máscara,
acaso reconozca que ha logrado el éxito
a costa de la peor derrota de su vida.