18 mar 2009

soledad, arte del olvido

La verdad es incierta:
no sé en quién pensaba
cuando a solas escribía esos largos
y dudosos poemas sobre el desamor.
Quizás pensaba en mí,
en la vaga certeza de la soledad
o, tal vez, en una ruidosa adolescencia
que no pudo ser de otra manera.
Pero, por extraño que parezca,
ya no acuden a mí las sombras concretas
de ninguna mujer distinta al resto.
Lo que sí sé es que la herida,
el poso de sangre seca
que queda al final de esos poemas,
nunca desaparecerá del todo.
Uno olvida gestos, noches, palabras;
borra de sí días felices,
y hasta llega a dudar del rostro
y del sentimiento mismo
que inspiró aquella imagen.

Pero la miserable dificultad del rechazo
permanece conmigo
incitándome a la soberbia,
a esta forma tan burda
de escribir largos poemas
en los que me basto a mí mismo.

Será que la soledad es el arte del olvido...

Y aunque hoy me siento recordado,
quién sabe de qué extraña manera
tendré que negar mañana
lo que no podré asumir contigo.