29 mar 2009

al principio

Se eriza la piel del mártir
al sentir el oscuro drama abstracto
de quien ya supone una verdad.
En su silencio arde el misterio
de una hermosa juventud,
y también la noche, éxodo prematuro
hacia un rincón entre tinieblas.
El mártir ya no piensa en dios.
Los nombres sagrados del dolor
son siempre furia y sangre,
nombres que ya no entiende nadie,
que sólo son verdad
para un amor doliente
en lucha con la realidad.
Y la hermosa juventud pasó,
y con ella, el tiempo de sufrir,
de estar ante la nada de un dios
que en la noche no se compadece
de la sombría locura de sus mártires.
¿Y acaso fui yo quien escuchaba
el misterio primitivo del dolor?
Pues mi dios fue la palabra
que nace incomprensible
ante una muerte idealizada.
Acaso fui yo el mártir
que adoraba un ídolo de amor:
la belleza de una herida
tan profunda como incierta,
tan extraña y tan humana,
como desoladoramente eterna.

Huella de ese dios secreto,
perdido en la nada interior.