4 may 2008

Con la premura viva de nacer
más allá de hogar alguno,
esta habitación se convierte
en escenario de la función
que represento por derecho,
solo, a solas con el sueño
de empezar de nuevo,
lejos de lo que ya sé,
olvido que no soy,
ni seré nunca
lo que sueño.

Y así, como afirmó Auden,
reincido en mis crímenes,
me convierto en víctima voluntaria
de un juego que jamás tuvo ganadores,
pues todo consiste en perder
esta noción adquirida del peso
que ha cobrado el negro sedimento,
la verdad de mis errores.

Sueño. Mas sueño sin libertades.
Busco ingenuamente, en mi estancia,
el tiempo artificial de lo dictado.
Y así, entiendo que mi sueño estriba
en ser aquello que otros han soñado.
De ese modo,
soñar se vuelve vergonzoso,
por ser otro viejo modo
de apaciguar el común deseo
de ser único ante los otros.

(Hay que dejar de soñar para salir al mundo.)

Algo, tal vez el silencio,
me hace suponer
que el sistema participa también
de esta compleja agonía,
de esta muerte viva y sin duelo.

Sueños propios y ajenos
para vender la miseria.
Para encontrarse a salvo y adentro.
Para ser feliz en este mundo incierto.