4 mar 2008








En cada poema por escribir se adivina un atardecer sin nadie, una hora absoluta hecha de ausencias, un poema que no es ni puede ser lo que se sueña, soliloquio que la tristeza torna algarabía, inspiración, suerte. Un poema por escribir puede ser esperanza, amor tergiversado, demencia desnuda oculta entre nosotros, demencia de los que amamos, demencia total, por y para nada.

El poema, cuando aún no es poema, es música secreta que el aire arroja hacia la vida. Sueño de barro y fuerza. Los poemas que aún no hemos escrito duermen en el envés de nuestros pensamientos, no escritos con la tinta que destila el ritmo de nuestras palpitaciones y demás inercias que no nos pertenecen.

Amor o muerte… Eso es el poema hasta que la luz lo adivina y lo convierte en vestigio de lo que debió ser grito, sonrisa, lágrima, caricia, mirada, fuga, olvido, o… ¿quién sabe? Tal vez debió ser, incluso, ese poema que escribimos. Porque el poema que es, es inevitable como el amor. Como la misma muerte.