25 jul 2018

Un drama preconcebido en dos actos



(I)

Hay dolores en la furia de la imaginación,
secretos que en su sorda magnitud 
se hacen casi deseables.
Perder la cabeza, un corazón, al padre.
Es ahí donde algo se nos muestra.
Lo sabe el poeta y lo sabe
todo el que despreció la vida
para saberse hecho en soledades.
Qué verdad sombría se oculta en esas fauces.
Qué fulgor de espinas. Qué vanidad inútil.
¿A quién daría yo mi alma
para entender palabra por palabra
el terror solitario de la vida?
¿Lo haría por alumbrar a otros?
¿O algo arrancaría yo mismo de mis manos
para poder decir: mirad mi sufrimiento?
Miradlo, sí. Es realmente hermoso.

(II)

A ti te digo: no intentes alumbrar nada,
no quieras demostrar 
el valor que otros perdieran en la noche.

Las pruebas más oscuras llegan solas,
aguardan a que descubramos
nuestra propia cobardía, nuestra ignorancia.

Seguir, sin más, es toda la sabiduría,
todo el coraje que se gana
cuando se pierde la cabeza,
el corazón o al padre al que no entendías.


Imagen: acrílico, a2