7 feb 2018

Libertad entre sombras



Era mi deber entonces
obsesionarme con la dignidad.
No más juegos. Ninguna jerarquía.
Nunca una mirada condescendiente
ante el patetismo.
Firmeza, ante todo, firmeza.
La obsesión por la dignidad
era ante todo una expresión deforme,
un rostro espantado de sí mismo,
cien madrugadas violentas
llenas de inquisidores, de vulgar insolencia.
Respeto, ante todo, respeto.
La suciedad de la vida me observaba
desde los ojos de un niño,
también desde la luz que me descifra.
Algo obsceno, turbio,
una condena sin justicia,
una ironía salvaje
sobre los muertos que quise.

Y la dignidad era una lengua extranjera.
El idioma que usan los mayores
cuando, a mitad de un encuentro,
un joven sediento les grita diciendo:
ya todo está hecho,
vuestro respeto es la defensa
segura del necio, vuestra firmeza
es la ilusión segura del viento,
vuestra dignidad es
la muerte segura de nuestro deseo.


Imagen: "miedo y ternura", acrílico, din a2