25 oct 2017

De un tiempo en contra



Lo mejor que podía dar de mí
era la confesión
de un intento de suicidio.
La discreción pasaba junto al ego
como una niña sucia y arrogante.
Había regresado a la adolescencia,
al principio impúdico. De madrugada,
debía encender la lámpara del cuarto
para que la noche cerrada,
con su infierno inerme, acogiera
amablemente mi cadáver.
Sentimentalismo. Eso era
cuanto había hecho de mí.
Había dejado que la presencia,
la mera presencia de los otros,
se convirtiera en una doctrina
para equilibristas ebrios. Y yo pensaba.
Pensaba mucho. Y escribía mucho.
Hubo quien también pensó
que me había convertido
en un escritor salvaje.

Quién sabe. Yo sigo sin entender
nada, absolutamente nada.
Por más que un resplandor blanco
estallase desde mi centro.

Por decir la verdad, por jugar con fuego,
se desató la fuerza que atormenta
a quien confía en la suerte y sus espectros.