4 may 2017

Inquietudes cotidianas





Los elogios llegan cuando llegan, pero no siempre ante algo que pretendiéramos demostrar para ser mencionados con agrado.

A veces, por miedo a causar tarde o temprano una decepción mayúscula, por temor también a la propia vanidad o por una fastidiosa falta de costumbre, el elogiado tiene que dejar de ser quien es para poder aceptar el privilegio de ser reconocido.


Ya lo dicen los libros, arma de doble filo es el elogio.

Quien nos alaba, también atrapa de algún modo una parte de lo que somos o de lo que hacemos, sometiéndonos a un juicio que las más de las veces será tan voluble y necesario como la luz del día. La misma luz que amenazan los nubarrones de la tarde o la vieja indiferencia de la noche.






Muchas veces tener esperanza consiste en no aceptar. Así pues, también se puede enloquecer de esperanza, y demorarlo todo hasta que nada quede.






Hay dosis extremas de optimismo que solo pueden ser interpretadas como cinismo.






Sucede muchas veces que detrás de una hipócrita amabilidad no hay intenciones perversas ni ansias de manipular, sólo el angustioso deseo de ser amable con todo el mundo.




Imagen: "Bodegón simbolista" Pastel al óleo, din a2