17 nov 2014

Despacio

Uno nunca se prepara. El camino cambia a cada rato, serpentea con saña. Caminamos. Algo frío y novedoso nos golpea, regresamos. ¿Y qué sabíamos nosotros? Lo sumo para equivocarnos. Nos curtimos, eso sí. A fuerza de avanzar a ciegas, los ojos se acostumbran a la oscura cerrazón de los que avanzan.

Comprendemos tarde que el camino nunca se alejó en distancia, que la verdadera trama era uno mismo, con sus ritmos, sus acciones y sus pausas. Que prepararse consistía en perder la fe y recuperarla, hasta que esa fe no pudiera quebrantarse.