Aunque
las palabras huyesen y un caballo muerto galopara por las calles de
esta tierra, había que detener el vuelo. No más pájaros en celo,
ni una mariposa más en la experiencia. El poema debía de frenar en
seco. Qué remedio cuando el aire es puro ruido: ni diez mil soles
alumbran el desnudo del que sueña.
Por
eso, por eso lo detuve. No más vuelo, no más ecos atmosféricos.
Atrás, inviernos estivales. Idealizar el dolor, ¿en qué consiste
exactamente cuando la canción se quiebra? El poema no está a
nuestro servicio, no sabemos sus orillas hasta que naufraga contra el
cielo.
No,
no es correcto ¿Abstraerse hacia la luz cuando un cuchillo
resplandece? ¿Medirse ante el silencio al presentir la altura que
tememos? Yo no tengo, nadie tiene ojos tan ciegos.