15 may 2013

Culpa e inocencia

El gran problema de dañar la inocencia va más allá del daño en sí. El inocente, por serlo, no es capaz de concebir ni de sospechar de manera directa (no digamos, por tanto, de forma relativa) la maldad de ninguno de sus semejantes. Ni la de su agresor, ni la, supongamos hasta cierto punto tolerable, mezquindad del adulto corriente.

Tiende a culpabilizarse el inocente hasta de la herida implacable. Pues este no percibe -o no concibe- la caprichosa pulsión destructiva de quienes llegaron a volverse contra él.

Es por esto que todo el daño recibido (al menos él así lo infiere) es asimilado como "justicia" hacia lo que él supone su propia culpa, error o negligencia dentro de un cosmos moral apenas sugerido; ya que la verdadera inocencia es, dentro sus propios límites, incapaz de discernir correctamente lo que está bien de lo que está mal.