17 mar 2013

La extrañeza

El ejercicio de ser siempre uno mismo, de ejercer sin tapujos la ironía dramática, la sátira, el descuidado e incomprensible alarde de la verdad; trasluce por lo general una obsesiva predilección por el equilibrio en todo aquel que extiende su criterio vital hacia un entorno que, también por lo general, felizmente se conformará con la actitud que desdibuja sabiamente el límite entre la persona y el personaje.

Cabe la posibilidad de que, si pudiéramos traducir esto mismo a términos psicológicos, el único diagnóstico posible fuera el de sobrecompensación frente al de despersonalización.

Como terapia, siempre como terapia, se aconseja reencontrar un margen en que los juicios sobre la identidad no sean especialmente relevantes; siempre en la misma medida en que la puerta a un desbordante romanticisimo que idealizaba el amor como forma de curación, la exaltación del yo como mal necesario e inevitable y la locura como entreacto liberador bajo la tormenta; no se abra de manera tal que nuestra propia inconsciencia haga saltar violentamente los quicios del umbral, dejándonos ya expuestos por una larga temporada a la intemperie pura del no ser frente a la actitud deshumanizada del actor que sabrá solo representarse a sí mismo en parámetros extremadamente lógicos.