30 mar 2012

Explícito


Antes de maldecirla puerilmente por haberse ido, pregúntate hasta qué punto tenías miedo de perderla. Luego, si la razón no dista demasiado de tu mano, intenta averiguar si tus temores no estaban transformando tu bagaje, tus gestos o tu fuerza, en solicitación pura del niño abandonado a la suerte de los bosques.

Piénsalo. Tal vez haya más valor que agradecer tras vuestra despedida, que por cualquier acercamiento maternal convenido para consolarte.