16 jun 2011

Justicia etnocentrista


Los inocentes no quisieron juzgar. Los culpables sonreían con agrado. Solo las víctimas se escandalizaron un poco (lo justo, otra vez podían victimarse). Ante eso, los jueces se sintieron obligados: debían preguntarle al asesino qué había pasado. El crimen sucedió de madrugada, su único testigo era amigo de los malos. El más apto dijo: tranquilas, señorías, estábamos jugando...


Y la vida continuó como si nada.