Ya solo queda errar.
Negar, tal que para siempre,
que este amor también haya sucedido.
Dejar que al anochecer marchite
la flor clara del almendro,
y olvidar la lid: errar, al fin,
tal que para siempre.
Y si el ruido de unos pasos
despierta como un eco
la inquietud adolescente,
cerrar sin más los ojos y las manos,
y seguir la ruta insospechada
que conduzca lejos de tu nombre.
Que si es justo el amor
y justa todavía
es la memoria del que olvida,
habré de reencontrarte
más cierta a mi regreso.
Pues nadie huye de sí mismo para siempre.