27 jun 2011

Mascarada y encantamiento

Después de arrancar algo airado la máscara de la doncella, salió dando un portazo. Pasados unos días regresó avergonzado de su extraña conducta: debía solucionar unos últimos asuntos de trabajo. Consciente de que había sido impropio de él aquel arranque soberbio e impulsivo, rodeó el castillo, y observó un tanto confuso la erosión de la piedra. Temía ser recibido con un contraataque en toda regla.

Al verlo, la mujer sonrió con gracia infantil. Su radiante visión ardía como un destello de nieve. El joven dudó, mostrando una sincera afectación mientras cerraban los últimos trámites de aquel engorroso proceso. La doncella parecía estar conmovida, pero el amante creyó no merecerla.

Así partió a solas, sin saber qué lugar evitaba.

A día de hoy, aún parecen posar, feliz y educadamente, como una anticuada doncella y un amante sensible y decente.