Tu silencio encuentra entre nosotros
un mismo hueco lleno de preguntas:
¿Qué impresión sostiene lo que admiras?
¿No rechazas ya el no haber merecido
el blanco empuje que me ofreces?
Dime al menos si supones
comprender la luz desde tu altura...
Te pido nada más
un rato a solas con mi fiebre.
Mira: llevo puesta la coraza de los héroes.
Pero mi memoria acentúa todavía
un sórdido vagar entre salvajes:
¿no adivinas por mis pasos
que a la sombra de mis actos danzo
la implacable música del juicio equivocado?
Ven, quédate conmigo solo un rato.
Si logras reflejarte en el que lucha
a todas horas descontento de su suerte,
si puedes compartir con ese
un poco de verdad o de ternura,
si entiendes su flaqueza y su desnudo,
te prometo que nos mantendremos siempre
a la altura inexistente del que admiras.