8 jun 2011

Alegría de comprender

Tomando como cierta la tesis filosófica que afirma que la alegría es algo así como una fiesta del ser, fiesta en la que nos reconocemos a nosotros mismos y en la que celebramos la verdad implícita de lo que interpretamos sobre nuestra conducta bajo el prisma de ese estado de ánimo; creo que no sería nada descabellado postular la tesis contraria con respecto a la tristeza.


De ese modo, la melancolía o la pesantez no serían más que un trance “ciego” en nuestro ánimo, trance en el que no podríamos percibir claramente lo que somos, bien porque no logramos afinar claramente aquel concepto que nos absuelva dulcemente de esa falta de aceptación para con nosotros mismos, bien porque “desde fuera” se nos plantea cualquier tipo de rechazo ante el que, nos guste o no, aún somos vulnerables. Ese segundo supuesto no carecería de ironía, si consideráramos que, esa misma vulnerabilidad, podría venir predeterminada por la misma falta de aceptación planteada en el primer supuesto.


Así, el no aceptarnos o el no absolvernos humanamente a nosotros mismos, nos haría (de hecho, nos hace) más vulnerables a la falta de aceptación de los demás, falta de aceptación que a su vez suele venir aparejada al mismo desconocimiento de los demás hacia sí mismos.