Todo sea por descansar y reordenar astutamente esas vagas impresiones.
Todo sea por descansar y reordenar astutamente esas vagas impresiones.
Como el culpable que aún finge dulcemente su locura. Como el loco que se siente culpable frente a un blanco paraíso. Así el hábitat de las mariposas que convierten su vuelo en una danza, aunque nadie sepa si el viento nos absuelve o nos acusa. Aunque cada mariposa dance a solas en el aire, y yo a veces necesite juzgar vano cualquier juicio. Así el loco que afronta siempre a solas su locura. Así el viento que arde gravemente entre los sauces.
2. La mera relación sexual entre dos personas, contiene, siempre y de por sí, el signo implícito del dominio: siempre y de por sí está presente la erótica del poder en nuestros actos. Para que lo sexual trascienda más allá, tiene que haber un acercamiento en el que se equilibren esos poderes de parte y parte. A ese impulso de conciliación, solo puede llamársele por su verdadero nombre: amor; duradero, sensual o lascivo. Pero siempre e inexplicablemente, amor. Siempre.
Irónica justicia. Los que no fueron educados en su sentido, acaban arrastrándose ante los demás como un esperpento ridículo y mediocre, poseyendo, al mismo tiempo, buena parte de lo que desean. Quienes poseen en su interior su verdadero fuego, tarde o temprano deciden, heridos en desigual combate, apartarse del resto, sintiéndose incomprendidos y prescindibles.
2. El amor es en sí mismo una cuestión de fondo. Todos nuestros conflictos interiores pueden anteponerse a él, y hasta proyectarse aparatosamente hacia el ser amado. Pero si este sentimiento se da como debe ser, su invisible inercia ayudará en no pocas ocasiones a remediar lentamente esos ínfimos males.
Ya solo queda errar.
Negar, tal que para siempre,
que este amor también haya sucedido.
Dejar que al anochecer marchite
la flor clara del almendro,
y olvidar la lid: errar, al fin,
tal que para siempre.
Y si el ruido de unos pasos
despierta como un eco
la inquietud adolescente,
cerrar sin más los ojos y las manos,
y seguir la ruta insospechada
que conduzca lejos de tu nombre.
Que si es justo el amor
y justa todavía
es la memoria del que olvida,
habré de reencontrarte
más cierta a mi regreso.
Pues nadie huye de sí mismo para siempre.
Tristeza del primogénito,
de la madre, del tirano,
de los amantes poderosos.
Flaqueza y ruido de nosotros,
los que antes de dormir
negamos la azarosa influencia
de las fuerzas inmediatas:
tener poder sobre otro,
no significa que hayamos dominado
nuestra frágil circunstancia.
2. Creer que el amor, para perdurar, debe ser un viaje programado en el que hallará un constante desarrollo lo sublime, es el error por el que siempre acabamos abandonando. La única pausa que nos permite el corazón, el único segundo en el que perduramos, es durante el breve trance del orgasmo. Y aunque esta comunión debe darse al unísono, resulta obvio que su esplendor es también tránsito.
Dulcemente, así el niño que, después de destrozar el juguete de su corazón, se apresura a brillar escribiendo algún verso de amor a la vida. Su única vergüenza era no poder inventar la realidad. Así el saber, el frío, la caída. Ahora se levanta a solas de sí mismo, y en su sentir me explica: mira bien, tu tiempo no se pierde en lo que admiras. Antes de este día, tu asombro era de luz, creabas el misterio de los pájaros, la fuerza de tu voz también te enternecía... Y nada era más cierto que la magia de jugar a solas con la vida.
Por compartir la vida se reúnen los amantes. Su identidad entonces no es lo esencial: todos las máscaras del universo danzan en ellos, amotinándose, jugando a demostrar que el universo carece en sí de fondo y que cada animal nace con un alma que adivina los secretos del silencio. Siempre se reúnen, siempre para acelerar el pulso de las aguas, que guía su conducta: pues no hay culpa allí. Miradlos bien. Jamás los habréis visto tal que ahora. Jamás los hallaréis del mismo modo. Miradlos. Su visión conlleva ya el esperar más luz de los naufragios. Y ahora preguntadles: han vuelto a recordar en su clemencia el saber incesante de los astros. Ningún filósofo, ningún artista, ladrón o consejero podrá jactarse ante la perfección de los amantes. Han estado aquí desde el principio. Y serán por ello los últimos en irse.
Témele a tus semejantes.
Confunde a todos y divide
su noble corazón con la justicia
que aún imparte el patriarca.
Enarbola banderas,
imagina una patria señalada
donde albergar tu odio.
Si un niño dice amar,
corrige su dolor con una mueca
que atrofie sutilmente
el sentido de lo dicho.
Lo que sea
con tal de que hombres y mujeres,
putas, madres y poetas
transiten siempre a solas
la senda intransitable del invierno.
Que no se reconozcan,
que nunca corroboren la sospecha
de haber sido corregidos por tu mano,
haciendo de su íntimo rechazo
la pulsión que los aleje
del deber de señalar siempre al tirano.
Toda persona que haya sido educada con unas mínimas nociones de lo que es la justicia, ha de tener necesariamente un arranque agresivo de cuando en cuando. La razón es bastante simple: a diario somos injustos los unos con los otros, y esto, en mayor o menor medida, siempre generará rabia o culpa en cualquiera que tenga un sistema de valores propio y en buen funcionamiento.
A esto también habría que añadir que la educación de un buen tirano, suele consistir en alimentar esa rabia a través de argumentaciones simplistas sobre la problemática social presente... De ese modo, se enardece y divide a la población, volviéndola impulsiva y manipulable.
Los inocentes no quisieron juzgar. Los culpables sonreían con agrado. Solo las víctimas se escandalizaron un poco (lo justo, otra vez podían victimarse). Ante eso, los jueces se sintieron obligados: debían preguntarle al asesino qué había pasado. El crimen sucedió de madrugada, su único testigo era amigo de los malos. El más apto dijo: tranquilas, señorías, estábamos jugando...
Y la vida continuó como si nada.
Pulsión, unidad, cuerpo: ¿qué otro amor gozó de ti sin saber que así gozaba de un afecto duradero? Yo también he sido de esos. Y tú dirás: poco importa... La pasión no puede corromper su propio fuego.
La experiencia nos conduce
a contentarnos con un tiempo
ganado febrilmente a la intemperie.
Te hablo de las tardes
que debiste pasar en la terraza
de cualquier local caluroso.
...De las noches templadas con cerveza,
queriendo comprender
el casual significado de unos labios
que apenas contenían su inocencia.
Es ahí donde aprendemos,
en un lento ir y venir
desnudos hacia nuestros huesos,
la técnica insensible:
el arte improcedente
de fingirnos cada día
tan seguros como el resto.
Y así llegamos hasta aquí,
un poco más astutos
que aquellos estudiantes impacientes.
Pero igualmente convencidos
de que la pasión realizará consigo
la invisible compañía que nos une.
Entre los que asumen la soledad como un rechazo y los que rechazan la soledad sin asumirla, hay un breve puente que solo cruzan los que perdonándose a sí mismos, logran perdonarle a la vida sus más duras enseñanzas.
“Y tú, padre mío, allá en tu cima triste
maldíceme o bendíceme con tus fieras lágrimas, lo ruego.”
Dylan Thomas
No he sido para ti esa figura,
veloz y complaciente,
que se alejara de ti sin comprenderte.
Por mi interior camina
un juez benévolo, te lo aseguro,
y un niño indemne, y un jugador
incapaz de apostar su vida
por la difícil fe de merecerte.
No he sido para ti
el hombre que soñaste cuando niña:
contigo solo intento
aplicar el corriente equilibrio
de la duda.
Solo espero no haber representado
para ti a aquel héroe distante, feliz,
severo e indiferente,
que tantas veces vi partir,
en la densa noche de los puertos,
hacia algún lugar sin nombre
ni materia.
Si me dirijo a ti entre todas, y cegado por la ira de los necios, tropiezo astutamente contigo, presta atención a esa balanza que equilibra el mundo entre nosotros.
Observa: no habrá término medio.
O bien optarás por rebelarte, o te resignarás feliz al juego (aunque aún arda en tu interior la fuerza), de arrodillar tan solo tu apariencia. Lo que sea con tal de seguir nutriendo el sueño, inherente a tu naturaleza, de ser libre en tu silencio.
Así, no pongas freno, entrégate a tus pasiones, y deja que la sangre corra sin contención de un lugar a otro. Recuerda solo que, si bien el dejar de juzgar, conlleva el alcanzar un perverso grado de liberación, esa entrega no te salvará de la mezquindad de otros.
Solo al ver reflejada tu sombra en la sombra de los que amas, hallarás una sutil absolución o una especie consuelo. Un poco de piedad a cambio de tu juicio de inquieto niño inadaptado.
Tu silencio encuentra entre nosotros
un mismo hueco lleno de preguntas:
¿Qué impresión sostiene lo que admiras?
¿No rechazas ya el no haber merecido
el blanco empuje que me ofreces?
Dime al menos si supones
comprender la luz desde tu altura...
Te pido nada más
un rato a solas con mi fiebre.
Mira: llevo puesta la coraza de los héroes.
Pero mi memoria acentúa todavía
un sórdido vagar entre salvajes:
¿no adivinas por mis pasos
que a la sombra de mis actos danzo
la implacable música del juicio equivocado?
Ven, quédate conmigo solo un rato.
Si logras reflejarte en el que lucha
a todas horas descontento de su suerte,
si puedes compartir con ese
un poco de verdad o de ternura,
si entiendes su flaqueza y su desnudo,
te prometo que nos mantendremos siempre
a la altura inexistente del que admiras.
Tomando como cierta la tesis filosófica que afirma que la alegría es algo así como una fiesta del ser, fiesta en la que nos reconocemos a nosotros mismos y en la que celebramos la verdad implícita de lo que interpretamos sobre nuestra conducta bajo el prisma de ese estado de ánimo; creo que no sería nada descabellado postular la tesis contraria con respecto a la tristeza.
De ese modo, la melancolía o la pesantez no serían más que un trance “ciego” en nuestro ánimo, trance en el que no podríamos percibir claramente lo que somos, bien porque no logramos afinar claramente aquel concepto que nos absuelva dulcemente de esa falta de aceptación para con nosotros mismos, bien porque “desde fuera” se nos plantea cualquier tipo de rechazo ante el que, nos guste o no, aún somos vulnerables. Ese segundo supuesto no carecería de ironía, si consideráramos que, esa misma vulnerabilidad, podría venir predeterminada por la misma falta de aceptación planteada en el primer supuesto.
Así, el no aceptarnos o el no absolvernos humanamente a nosotros mismos, nos haría (de hecho, nos hace) más vulnerables a la falta de aceptación de los demás, falta de aceptación que a su vez suele venir aparejada al mismo desconocimiento de los demás hacia sí mismos.
Ya ves, he vuelto a caminar sin tino
de un lugar a otro, sí: descalzo
por el frío tablero de esta habitación.
Parece que es solo lo de siempre.
(En jaque hablaron las paredes,
temblaron las ventanas, la razón, los míos...)
yo quiero combatir la realidad,
pretendo todavía ser más niño.
Así calculo mis fronteras,
revelo mi pasión por el silencio,
y, sobre todo, la noche me contempla
preñada de secretos,
tentando la importancia inaprensible
de un tiempo derrochado
diciendo para nadie lo sabido.
Para ti,
porque no todo es tráfago de lo cotidiano
Amor, divino sortilegio: haciéndonos sentir culpables de nuestra belleza, lavaste la desnuda culpa que nos llevó a reconocernos.