20 may 2011

Lugares comunes

Casi parecía amar un barrio, una atmósfera, la luz incandescente de la tarde. Tal era su predilección por ella. Puso todo su empeño (las circunstancias al fin lo requerían) en dar de sí la mejor esencia. Después de obviar todos los lugares comunes, ella solo le pidió una cosa: que riera. Pero el muy imbécil quería distinguirse pese a todo. Y sin más, empezó a gritar, espantado de su propia desnudez, de su turbia fealdad y de cierta inercia irresistible.

Aún resuenan sus palabras en mi oído. Sus improperios semejan el mantra de aquel loco que, después de proclamar a viva voz los más aciagos tópicos de la literatura, cree haber recuperado la razón que nunca tuvo.