Para ti, madre,
sembré rosas blancas
y algún cataclismo.
No los cambies por nadie,
ni interpretes su signo
tras la ocasión del recuerdo.
Logré ser feliz
― lo prometo ―
invocando casi a diario
el mal de la inconsciencia.
Legaré mi talento a ella,
la que me hizo entender,
tras abrir un grifo oxidado,
el rumor de aguas salvajes.
A los demás dejo el brío
de esas calles tediosas
que inventábamos juntos.
Si me necesitáis para algo,
estaré donde siempre:
jugando a ser alguien
en el confín más secreto del mundo.