28 abr 2011

Teoría sobre las enfermedades mentales





Sucede en muchos procesos degenerativos de la psique, que la personalidad, el “yo”, para entendernos, de algún modo se revuelve contra sí mismo, se desdobla o se ve abocado a la infinitud. Puedo decir que he padecido, y acaso padezco, una enfermedad de este tipo, con lo que, aun sin haber leído lo suficiente al respecto, espero puedan permitir que formule una pequeña teoría sobre el trasfondo de las enfermedades mentales.

Decía Unamuno, no recuerdo ya bien la totalidad del planteamiento, que llegó un momento en su vida en que no sabía qué “yo” era más real: si el que los demás creían que era, el que el creía ser o, esto ya lo añade un servidor, el que era en soledad. Supongo que aun sin haberlo formulado de ese modo, a todos nos sonará familiar esta divergencia. Estos tres terrenos parecen enfrentados, y son a priori irreconciliables. Bien, pues este que está aquí, pondría la mano en el fuego apostando que la actitud más sana mentalmente, pasa por depositar la fe que debemos profesar por nosotros mismos, en el “yo” que, tarde o temprano, siempre acaba quedando en soledad. ¿Que por qué? Muy sencillo. De otro modo podemos caer, casi sin darnos cuenta, en un peligroso culto hacia una determinada faceta de nuestra personalidad.

Creo que ya es sabido que nuestra identidad tiende a diversificarse en sociedad. Es bien sencillo. Cuando estamos de paso en alguna parte, lo lógico, para no acabar confundidos o dañados, es asumir una actitud educada o reservada, por poner un ejemplo, pues hay quien prefiere ser el centro de atención en esa y otras circunstancias, lo cual también está muy bien. Esta “actitud” es en sí una faceta, y yo lo denominaría así porque en cualquier otro momento de nuestra vida, dicho aspecto de nuestra personalidad puede entrar en contradicción con otra forma de actuar que ha de ser necesariamente opuesta a la mencionada. Pues bien, si consideramos que desde hace más de un siglo se ha extendido, peligrosamente en mi opinión, el culto a la personalidad en todas partes del globo, lo lógico es que el individuo de a pie a menudo acabe preguntándose ante estas contradicciones qué “yo” es el más real, cuál le representa más dignamente ante el mundo.

Ahora bien, sucede que por medio de esta concepción, determinados sujetos llegan a elaborar con especial ahínco una determinada faceta ante los demás, la cual, si los cálculos no me fallan, a veces evoluciona casi obsesivamente en un entorno circunstancial. Esta obsesión por el “yo”, no sería en principio patológica, o no tendría por qué ser eminentemente narcisista, pues bien podría progresar como una proyección adaptativa.

Llegados a este punto, mi teoría es la siguiente: por ser dicho entorno “circunstancial”, siempre puede suceder que este endeble territorio se desmorone, se rebele contra nosotros o nos rebaje. ¿Y qué pasa entonces con aquellos que han depositado toda o buena parte de su autoestima como individuos en el “yo” que solo puede mostrarse contextualizado en esas circunstancias? Todo depende entonces del temperamento del sujeto. Si posee la madurez necesaria, dejará atrás esta parte de su identidad, y rehará su vida en mejores circunstancias.
Pero puede suceder que no posea esa madurez o que, aun poseyéndola, las cosas empeoren todavía más. Y en caso de que el individuo no lograra adaptarse, empezaríamos a hablar de los primeros signos de enfermedad mental. Pues puede suceder que el sujeto permanezca confusamente aferrado a la faceta que le permitía ostentar cierto poder sobre los demás, aunque fuera de un modo sutil.

De ese modo, nuestro desafortunado individuo, comenzaría a “representar” de un modo descontextualizado el rol del que era cuando disfrutaba en su vida de unas circunstancias que se negó a considerar perecederas.

Este anclaje en el pasado, de llegar a ser obsesivo, podría provocar estados extremos de confusión, de ira, incluso de autodesprecio, ya que nuestro individuo portaría una herida tan profunda en su autoestima, que no podría racionalizar correctamente lo sucedido. Y, aunque lo logrará, luego tendría que depositar ese amor propio en una parte de su identidad que estuviera a salvo de los desmanes del destino.

De ahí que siempre sea preferible considerar más auténtico y más hermoso, a aquel desconocido que somos en soledad.