17 abr 2011

Pertenencia

Cuántas veces creí mía la rosa.

Ahí se presentaba,
deseo indeleble
de carne en la sombra.

Cuántas veces yo ahí,
empecinado,
hambriento de algo
sin presencia ni forma.

Ahí palpaba un loco tesón
de juegos dispares,
y el actor inconsciente negaba,
pese a la furia del tiempo,
la distancia forzosa
entre las aguas y el hecho.

Ya sé: la rosa no pertenece.

Su aroma se abre tan solo
cuando un niño ciego
se piensa incapaz de cortarla.