17 ago 2010

Punto ciego

Al otro lado de la duda
has vuelto a suponer
que todos los espejos te adivinan.

Te plantas ante una negativa,
te miras, te acorralas, y así
resultas no ser bella cuando huyes.

¿Que no lo eres?

Te tiemblan las rodillas
si un hombre sin resuello
describe lo que opinas;
cualquier guedeja de tu pelo
afina melodías y recuerdos,
y, por más que no lo sepas,
es obvio que tus labios
contagian la pasión
que no ha curado nuestro invierno.

En tanto huyes,
también yo tiemblo por mi cuenta,
y acato maldiciones y desnudos como lunas.

Sabrás, aunque este torpe seductor
entienda poco de consuelos,
que a veces la belleza que otras venden,
se anula en la costumbre,
y entonces otras vienen
a exhibir esa apariencia
que un claro amanecer desmitifica.

¿Y qué decía el bueno de Girondo
al principio de aquel libro?

No sé, me importa un pito.

Te has ido volando a Nueva York,
y, aunque parezca extraño, aún debo decirte
que las mujeres más hermosas,
las mismas que persigo entre espejismos,
son aquellas inconscientes
que proyectan su atractivo
hacia algún punto ciego de sí mismas.