5 jul 2010

Sisma

Un perro cualquiera se contagia
de ese malestar simple que me lleva.

Al mirarlo pienso,
como viene siendo habitual,
en la infeliz importancia del tiempo.

Y ese perro,
perro cualquiera que acaso no entienda,
reacciona escudriñando mis ojos
como el que intuye en los ojos de todos
un pesar que no es verbo.

No es necesaria inteligencia alguna
para saber que en cada cosa sucede
la sospecha de un límite exacto.

Después de mirarme,
el perro, inocente, se tumba en el suelo.

En su silencio recoge
la sospecha de ser más
que un perro inconsciente.