25 may 2010

Nombrar un cuerpo

Cuando el viento arrecia en las ciudades,
creo en ella todavía, porque es frágil,
porque ya me acerca al cuerpo que limita
su carne con mis vidrios quebradizos,
con los puertos cerrados, con el hambre.

No sabría cómo hacer hablar
a la blanca tempestad o al cuerpo
que anuncia madrugadas licenciosas,
asombrosos desnudos y un final
que no puede durar más que el principio.

Pues no es fácil describir la tempestad,
ni suponer el nombre de un cuerpo
que se sabe cautivo en el acto de darse.

Cuando el viento asola callejones
y entrega su pasión al entregado,
yo pienso en cierto cuerpo
que es resguardo de toda tempestad,
que es también indecible cansancio
de su propio sentir enajenado.