Llegas con un nido en la memoria.
Herida por los pájaros que invocas,
sucedes en las tardes y en el viento
que no querrá sentir
tu lenta compañía
si detienes toda duda melancólica.
Llegas, y mis ojos se retuercen
volviéndote más niña,
haciéndote de otra que se hunde.
Hablamos como siempre cuando llegas,
aunque siempre sean siempre horas,
y no canciones aprendidas para verte
llegar a mis preguntas
de atormentada retórica.
Llegas, y a veces te demoras.
Después te irás a donde nadie.
Acaso cuando hayamos aprendido
a importarnos más o demasiado,
empezaré a extrañarte.
Así me quedaré despierto,
sabiendo que has llegado sin buscarte.