27 abr 2010

Oculto

Creo que volví a escucharos
sin caer en la cuenta de la ausencia,
casi juraría que he vuelto a encararme.
Puede que haya ajusticiado nuevamente
un rastro de vosotros, un silencio
que era casi música, casi un baile.

Y es como si también hubiera delirado
incendiando las fugaces caracolas,
la importancia sagrada del verano.

Pese a lo absurdo del acto,
creo que podría estar en mi derecho:
el rencor resulta ser un comodín,
la carta más común de la baraja.

Para solucionar todo esto, solo habría
que seccionar nuestros lazos
por el punto de máxima tensión,
que viene a ser el tramo del tejido
donde nos atamos.

Si todavía queda algo después
de convenir que nunca nos pertenecimos,
eso, amigos míos, solamente eso
será la amistad que hemos poblado
de juicios improbables, de máscaras veloces,
de objetos que apenas valoramos.