5 abr 2010

Objetos



Habrá más días en los que prescindir de los enseres que apreciamos. Los espejos que muestran la penúltima ternura, la verdad, tu nueva blusa pintada de inocencias; las mismas cosas que guardáramos del tiempo, perderán el valor ingenuo que hace que las merezcamos… Hay tanta pobreza en el acto de atesorar objetos que luego pensaremos nuestros para consolarnos.

Y el juguete mudo de la soledad son los cuerpos. Poseer uno es dubitar entre la vida y la identidad que queramos adjudicarle a la materia. La realidad es esa broma de lo físico, que a nadie pertenece cuando ama. Y estamos llenos de violentas partículas eternas. Envejecemos. Hoy he visto en el espejo a un niño contrariado por los años, vestía tras sus ojos un mundo irrepetible de canciones estivales. El cuerpo que ahora soy, es tan solo la materia latente que añora lo invisible, que sueña con el alma inaprensible del silencio.

Reconozco que estaba equivocado: la soledad, esa sombra que irradia nuestra esencia, no pertenece a lo que somos. Es ella la que nos posee. Como el muñeco favorito de un niño condenado.