2 abr 2010

Los rostros del poema

En el reflujo previsible de los días,
la humilde magia del poema
agoniza, canta y se congela
en el acostumbrado devenir
de las palabras aprendidas para el fuego.
¿Y dónde proseguir con el recreo
de arrojar a las llamas, una tras otra,
las convicciones que añoramos por callarnos
al atravesar los umbrales últimos del mundo?
Pues cuántas canciones olvidamos
en las fronteras de la pasión por darnos.
Y cada vez que desistimos
de un modo de apaciguar la vida,
ella, la que finge comprendernos,
la poesía, está ahí para negarnos la derrota.
En infinitos rostros nos entrega
el oro que anunciamos a la sombra.
A cada nuevo embate de la luz,
desnudamos otro poco de su verdad desnuda,
olvidando los principios que creímos
inevitablemente puros. Ella, la poesía,
nos enseña, más fugaz en cada temporada íntima,
la canción febril que cantaremos por herirnos.