5 abr 2010

Examen (I)

Al anochecer, siempre contra la penumbra tácita, rebusco lo que soy en lo que escribo. No son pocos los que dicen y creen conocerme a través de una línea de hermético sentido. Releo algunas de las frases que debieran perdurar en caso de que el cosmos contemplara mi obra con misericordia. Hoy tengo la edad silenciosa de todos los objetos…Los objetos. Debería hablar de ellos más a menudo, pero mi condición de escéptico me impide decir nada interesante sobre el tema… Bueno, mejor no desviarse de lo esencial. Quiero decir que, de todo esto, lo único importante es que estoy aprendiendo a estar solo, a levantar un prodigioso abismo entre mi realidad y el mundo que escruto desde el balcón de mi casa.

Sí, hay que amar la soledad. Es algo que estoy recobrando en estos días. De niño tenía muy pocos amigos. Invertía mis horas tejiendo largos diálogos con personajes imaginarios o leyendo cuentos en los que sí me reconocía, aunque fuera solo de un modo catártico. Pero en verdad, madre, tus ojos me superan. Si algún día la fama se cuela entre mis cuentos, este verso dará mucho que hablar. Mi madre ha sido el nexo más claro que he tenido conmigo mismo, con la niñez que no he querido enterrar del todo en el armario. Con mi propia condición de individuo potencialmente feliz. Lo dice alguien que durante algunos años de su vida, lo sabrán mejor quienes me conocieron entonces, tentó los golpes de la locura, pretendiendo ser un artista universal o qué sé yo… Mi madre interviene cotidianamente en mi soledad, a ella es a quien debo la mayor parte de mis victorias contra la enfermedad. Pero creo que lo que digo en ese verso, basta para considerar la posibilidad de que en algún momento que ahora olvido, me idealizara a fin de facilitarme el camino. Lo que intento corroborar es la posibilidad de que en verdad sea yo el que escribe tanto sobre las sombras desgarradas de la vida, porque si en verdad está justificada tanta confesión sobre el sufrimiento, tendría que hacer algo al respecto...