5 abr 2010

Examen (II)

...Pero también cabe el entrever la misma literatura como algo terapéutico. Entonces, no les quepa duda, tendría que ser yo el que expusiese con honestidad su soledad, ese silencioso estado de gracia, ante el juicio interminable de un público que no siempre ha permanecido mudo frente a mis palabras. Sé que la ficción también es otra forma de aliviar cualquier tormento, pero al fabular no remediamos nada. Simplemente ocultamos durante un rato nuestras heridas, esto es: nos evadimos, dejando para más tarde ese enfrentamiento tenaz para con nuestros demonios.

En fin… Estoy en un momento de mi supuesta carrera en el que creo haber desatado cierta verborrea con la triste intención de merecer un lugar en la posteridad. Ya sé que como autocrítica puede resultar abusiva, pero quizá no sea para tanto. Lo digo porque tengo la impresión de que mucho de lo que escribo está de más dentro de una posible visión unitaria de mi obra… Y así volvemos a lo mismo. No sé muy bien por qué he dicho que escribo demasiado, pero estoy casi seguro de que lo que sobra es aquello que no cumple ninguna función, ni evasiva ni definitiva, en lo que hago.

Volviendo sobre el tema, creo que es justo decir que ciertas fábulas también pueden ser terapéuticas, y no solo del modo que he citado anteriormente. Para ello tal vez habría que extraer el molde esencial de lo terrible, hacer una máscara sin evidencia alguna de personalidad, y luego sustituir nuestro rostro por esa imagen premeditada. Es arriesgado, pero creo que Baudelaire no era el único que consideraba que, después de consumar nuestra perdición, era posible contemplar a un desconocido en el espejo. Sí, he ahí la locura literaria llevada a sus últimas consecuencias de veracidad...