9 mar 2010

Paraíso para un amigo imaginario




No eres ángel, ni bestia. El poeta se contentaría explicándote la carga sutil de los acomodados, de esos niños que no aprendieron a ser niños. Viejos que nunca le temieron a la muerte. No eres ángel. Si en tu frente brillara el blanco candor de los infantes, te sabría derrotado por la lluvia incesante de las revoluciones o por algún cuerpo de insoportable belleza. Si fueras tú la bestia, nadie lloraría frente a tu tumba lágrimas de sentida vergüenza.

No; no eres ángel, ni bestia.

Pareces, más bien, un producto del progreso, un cruce intranquilo entre maquinaria para la guerra y pintura depresiva vendida al último impostor insobornable. Llevas la negrura del amor en la alegría que disfrazas de inocencia. Pero a mí me gustas así. Inútil. Hermoso. Con esa normalidad tan poco frecuente en la mirada. Extraño para todos en este mundo hipócrita.

Ah, si te conociera, hablaría bien de ti, rendiría pleitesía a tu poca importancia. Pero eres solo un producto de escaso valor literario… Un hombre corriente. Nunca se ha hecho tanto daño con un solo adjetivo. Los hombres, y esto se sabe bien desde el diecinueve, son ángeles o bestias. Simios o superhombres. O ambas cosas fundidas hasta la náusea sobre la tierra. Pero déjame suponer que existes, que en algún lugar próximo a esta noche, yo también puedo ser tan normal como la desnuda idiosincrasia del objeto más irrelevante. Porque en realidad, yo tampoco existo fuera de estas sombras tamizadas de impotencia. Sueño conmigo mismo desde el atronador silencio de mi nombre. Alguien me escribe, y sabe que rezuma soledad su testimonio. Todos sabemos que ese producto tan corriente que aparentamos ser, se suicida durante la madrugada pensando en su verdadera belleza, esa que nunca podrá demostrar en este tiempo de sueños improcedentes.

Amigo, no creas que miento: en mis ojos se destila el llanto alegre de los que se saben comprendidos. Véngate del mundo aprendiendo a ser feliz con un ritual de amores sin secreto. Ten por seguro que este barco naufragará tarde o temprano. Todos saben que el progreso es un dragón imperturbable, y en alta mar tal vez seamos bienvenidos por el cielo ilimitado de la noche.

Soñemos, compañero imaginario, que aún no es tarde para reconocernos.