27 mar 2010

Paisaje

No hay ciudad visible a la costumbre.
Solo la garantía consabida
de aventurarnos hacia los confines
de esta sórdida luz inevitable.
Tampoco hay horizonte.
Restos solo. Dioses prescindibles
que vagan en silencio ante la noche.

No hay ciudad que aquiete la vergüenza
de estar detrás de su mentira, de no mentir
para redimir su estéril ánima de nadie.