17 mar 2010

Las trampas del amor fraternal




I

Las decisiones de las que más me arrepiento, son aquellas que tomé influenciado hasta la ceguera por los que se consideraban mis maestros. Es decir, me arrepiento sobre todo de las consecuencias de aquello que no quise prever cuando otros decidían por mí.


II

Si nadie es mejor ni peor que nadie, es imposible que haya dos seres humanos que sean ni lejanamente iguales. La igualdad es el justo término medio entre superioridad e inferioridad. Y, llámenme loco, pero creo que es imposible que haya término medio alguno entre dos extremos que en realidad no existen.

Este razonamiento nos llevaría de vuelta a la evidencia social más clara de cuantas afirma el sentido común: la que dice que siempre seremos diferentes los unos de los otros. Acaso para que nadie esté por encima de nadie, tendríamos que defender nuestra categoría de seres únicos, por encima de todo lo demás.

Aquello que iguala al común de los mortales tal vez sea completamente inaprensible, ya que toda semejanza universal es incontrastable con ninguna cualidad opuesta o diferente a la misma. Así pues: ¿a qué tanto defender una igualdad que no podemos comprender y sobre la que tantas veces se obvian los mismos abusos que pueden hacernos sentir inferiores a aquellos que pese a todo debemos considerar “nuestros semejantes”?