20 mar 2010

Inflexión

Lúcida melancolía, de ti he aprendido
a convencerme cada nuevo día de mi error.
Por tanto no te escondo de los otros,
de quienes te observan tras las puertas entreabiertas,
sorprendidos por los mismos gestos
que reservas para el umbral vacío
de inconstante misericordia.

Tu edad interna es la del polvo
que se interpone entre tu sol y el mundo,
y así debo temerte:
a ti y a tu público de sombras expectantes.
A ti, a tu solemne espectáculo
de espejos que no olvidan tu mirada
cuando más falsa es la ingenuidad que anhelas.

Mas yo también traigo por encima de la noche
el acento salvaje de los pájaros
y la mañana que emprenderá desnuda
su retorno al limbo luminoso de los sueños.

De tu escoria íntima de sangre,
de tu tan blanca máscara de miedo
brotan los últimos verdores
que debiera consentirle a mi esperanza.