18 feb 2010

Suposición del canto

Durará el calor lo que dure el fuego.
En mis noches son ceniza nuestros actos,
y los perros, melancólicos guardianes,
nos procuran un afecto sin memoria.
Me habrás visto observar mi propia imagen
intentando dar sentido a lo improbable.
Debería de contarte tantas cosas…
Mi infancia pudo ser lo que he vivido,
aunque no será otra vez lo que recuerdo
al cerrar los ojos en la cima de lo amado.
Me habrás visto… Mi edad es la del mirlo
cuando sueña vanamente reencarnarse
en el árbol que supone su universo.

¿Te he dicho ya que aquella mi niñez
fue otro claro abierto entre las nubes?
El lugar que al final sucede si desisto.

¿Y no te sorprende que en la inercia de mis gestos
no haya un solo atrevimiento hacia tu casa?
No temas más por ello,
nunca he sido casto cuando acudo.
Tengo un reloj que nunca marcará la hora
en que debas volver, al correr desde los años,
hacia el centro fugitivo de tu ausencia.

Vuelvo a la ciudad de lluvias que adolezco,
hacia un paisaje sin desnudo ni retorno…
Durará el calor lo que dure el fuego,
y acaso no supongas en la noche luz alguna.

Después un mirlo inquieto y solitario
cantará nuestra presencia tras la tarde,
cuando ya sepamos con certeza qué es la vida.