14 feb 2010

La prisa innecesaria

He aquí mi última urgencia de avenidas vacías.

Te llamo desde mi nombre incompleto…
acaso deberías responderme
con cualquier otro pensamiento
que cruce la ocasión sin perpetuarla.

Entonces era enero,
a veces lo recuerdo sin soñarte.
Nos conocimos de pura soledad
en dos ciudades inflamadas
por las lentas ecuaciones del invierno.

Tenías… sí, un silencio violáceo
rondando tras la luna favorita de tu vientre.

Pero entonces era enero, y no era tarde.
Los dos hicimos lo posible
por amaestrar un poco de esa urgencia
que hoy te traigo aterida en todos mis relojes.

Aunque entonces era enero, y en el aire
morían ruiseñores que ornaban el olvido.

Y he aquí mi última urgencia, la improbable:
necesito que llegues al poema
donde duermen, milenarias, las montañas
que no han domesticado ni tus dudas,
ni el hambre por soñar lo inevitable.

Necesito que recuerdes un momento
en el que ninguno de los dos pudiera
ser, tal vez, un poco más feliz
por guardar los cálidos despojos de lo amado.