27 ene 2010

Ríos

Nuestro amor era un peso de ríos dolorosos,
que en su respuesta tibia
no acertaba a distinguir la hora,
el día o la fragancia exacta del abrigo.

Sé que hubieras querido despertarte
convertida en nube o en agua, incluso en aire ido
por entre unos labios sin forma.

Nuestro amor no era un juego, ni un baile.

Era más bien una puerta muy honda,
cuya cerradura no admitía otra llave
más precisa que el frío
que entraba llorando desde donde nadie.

Pero todos los actos que pesan
terminan por importar menos
cuando sabemos que lo más importante
es toda atención que prestamos a un amor vivo,
no a su memoria de adioses
o de lentas sombras distantes.

Después fuiste pluma, razón… ¿O quién sabe?

Tal vez era aquel peso el mismo dolor
que yo te guardaba frente a los ríos mortales.