15 ene 2010

Protocolo del náufrago

He arrojado sin tino
un millón de botellas ante el mar violento.
Un naufragio se justifica acatando
la ley insostenible del verbo
que objeta toda desesperación solemne.

De no obtener respuesta,
sé perfectamente lo que no debo hacer:
sentarme a esperar al ángel verde
que ofrece su señal al extraviado.

Ahora bien, si alguien desfallece
en la longitud lejana de mis juegos
—el acto solitario consumado—,
yo seré ese ángel claro, aprendiz de la corriente,
ante el náufrago mudo que me lea.