30 ene 2010

Para que la noche pase


Un amigo me dijo hace unos días
—aunque era tarde, la ciudad es testigo—,
ante un taxista feliz pero cansado,
que el dolor que tantas veces evitamos
no sabe de ninguna queja:
hay que salir a buscarlo entre la nieve
que deja el temporal de nuestros años.

Hay que abrazarlo y aprenderlo 
en cualquier calle de neón
que conduzca a la verdad de otro pasado.

Hoy, comprendo algo más de mí
y del dolor que tanto nos espera
tras el dudoso temor que inspira su silencio.

Sé que hay un daño inevitable
y otro que soñamos sin que sea verdadero.

Hablando del real, que es el único que añade
un poco más de oscuridad a la memoria,
hoy me gustaría decirle a mi aliado
que sorprender al sufrimiento es vano
si no podemos decidir lo que queremos.

Pues no hay dolor que sea voluntario.