13 ene 2010

Noche en la isla

Una luna despiadada y siempre sola
conjura el simple fuego del atardecer.

Abandonar el blando hogar
bajo esta luz violenta,
remover la entrañas dormidas
de un olvido que no puede precisarse.

No hay otro saber más puro, ni más casual,
que el de recorrer esta nostalgia,
atroz e indefinida,
por la que representar tanta soledad
como la que sostiene el mundo en sus albores.

No es posible guardar para uno mismo
el tiempo que la noche nos concede
en un alarde de ingenuidad y sombras.

Todos saben que cualquier pueblo
es de rabia contenida, de cantos ancestrales;
que en la palabra de las clases altas
se transfigura el corazón de la inocencia
para parecerse al dios indiferente
que nutre sus silencios con mentiras.

No me guardéis rencor, posibles amigos,
si un día soy más fuerte o más perfecto:
pues no podré vengarme cada día
de horror permisivo de los vencedores.
Un poema es siempre un lujo bienvenido
al hogar de quien no comprende esa condena.

Y yo quiero ser mejor o más valiente.
Pero esta vida nos sentencia a corromper
el líquido veloz de todo sueño:
la ciudad y sus amargos recovecos
harán de mí un señor o un mendigo.

No me guardéis rencor, queridos compañeros,
si un día soy extraño a la desnuda
miseria que canta herida en nuestros cuerpos.