25 ene 2010

Llamado de la luz

A veces veo una luz,
llama humilde que no ciega, ni toma
más razón de mí que la que entrego.
Quién supiera distinguir correctamente
esa luz dudosa, de esa otra, improbable,
que viene a cerciorar nuestro silencio.
Fuerza que caiga en lo que no vemos,
igual que esta palabra cae, temerosa,
sobre los mudos ardides del secreto;
sea la luz que muestre nuestro sueño.
La otra nos confunde en lo perfecto,
haciéndonos pensar que el mundo
es siempre igual de idéntico a sí mismo.
No hay verdad que obligue al ciego
a preferir en su inconsciencia
la que fuera más real, a la más bella.
Pero es cierto que la dada, la imperfecta,
solo puede verse dentro cuando el cielo
es igual a aquel océano invisible
que guarda el corazón en su dureza.

Si estás conforme con la noche,
deja que sea otra luz, tal vez más clara
que toda la que al mundo simplifica,
la que ilumine tu paso contrariado
durante el largo trayecto hacia ti mismo.

Que toda verdad es vana hasta que el verbo
nos quita de las manos lo que vemos,
dejando en su lugar
la nada que llenamos
con nostálgica esperanza en el misterio.