24 ene 2010

gratitud

A nadie le diste nunca lo que a mí.
Ni los pájaros solos, ni la luna expresada
con fidelidad de río sin retorno.
Sí, es fácil decirlo. Amanecer despacio,
lleno de gestos indemnes,
con el amor en brazos.
Es fácil hacer un cielo con las nubes
que del sol huyan como del llanto.

Pero a mí me diste el canto impenetrable,
aquel que viene desde lo borrado,
desde la difusa historia que no hicimos
para no caer sin tregua en la alegría.
En la alegría del fuego que esperamos.

Muchas veces asustamos la primera luz,
muchas veces conversamos con el niño que negamos,
perdidos en el hogar nostálgico del verbo.

Muchas veces.

Pero lo más normal es guarecerse
tras la sombra de la sombra más alta,
y desde ahí contemplarlo casi todo,
hacer de cualquier inmensidad la calle
que se pierda entre los días incontables.

Tanta luz te pertenecería tanto
como el acto sin fin que te desvela
cuando no puedes dar más de lo esperado.