15 ene 2010

compasión

No hay compasión. Todo está dicho.
Escondo mi derrota del vencedor,
del animal intranquilo, de la vanidosa
obligación de los otros despreciados.
Recorro sin ser visto
la ciudad en que nací,
para no comprender su ritmo ciego
de esperpénticas luces clandestinas.
Quién no ha deseado hasta la oscura náusea
ser mejor de lo que determinan las mudas,
indecibles pasiones de la noche.
Si este mundo al final se guareciera
del mismo mal que glorifica,
solo quedaría un brutal dolor indemne
escogido por los inocentes,
a modo de fe en lo que es irreversible.

Pero, llegado el día, seremos implacables
con los mercaderes ávidos de nubes.

Arrancaremos las últimas flores muertas
que crecieron en los tiempos del exceso.

Aquel que nunca se sintió humillado
en aras de una verdad indemostrable,
solo deberá de observarnos neutralmente
para comprender la importancia de la duda.

Sí, la revolución es un sueño ingenuo.

Pero día a día acercaremos la palabra
al oído inconsciente de los soñadores.
A los que suponen todo lo innombrable
cuando el alma se retira y solo queda
una hora servil en que aplazar lo inevitable.

Yo vi tu luz primera, poesía.
Y hoy siembro tu simiente oscura
en la mirada frontal de los no fuertes.