2 dic 2009

Para una tarde de lluvia

Aún puede suceder lo peor.
Me dedico a discutir conmigo mismo
el alcance impredecible de cualquier casualidad.
Y es inútil. Si alguna vez pude entrever
la difícil promesa que a solas empezaba,
fue solo en la misma medida en que anhelé
ser también yo de mi supuesta estatura.
Aun así, aunque el destino se correspondiera
con la visión interior de mi propia esperanza,
siempre, en algún lugar próximo a la nada,
podría estar esperándome ella, la desgracia.
Porque no sé si el futuro importa demasiado,
pero acaso la solemne intuición de la fatalidad
sea otra forma de pesar estas palabras
que tiendo a rebuscar de forma necesaria.

Y la única tragedia verdadera
estará sucediendo todavía
muy al sur de mi propia inconsciencia.
Esta tarde, lo demás es solo lluvia y aire.
O tal vez nada.