18 nov 2009

Tres supuestos de contradicción



I

Conocí a un hombre que parecía destacar por sus cualidades morales. Esto se demostraba en su capacidad para censurar de modo crítico todo lo censurable. Al tiempo me percaté de que en constantes ocasiones aquel caballero cometía muchos de los errores que pretendía sojuzgar. Tanto me enfureció aquello, que incluso pensé en tramar alguna absurda venganza para su escarmiento. Fue solo cuando le conocí un poco mejor, que llegué a percatarme de lo mucho que este individuo, toda una contradicción andante, debía despreciarse a sí mismo por predicar con su propio ejemplo las mismas faltas que acaso era incapaz de tolerar.


II

Es cierto que la contradicción puede llegar a ser tan necesaria como desgarradora. Esto acaso se deba a que todos nuestros actos aspiran a perdurar secretamente. De vivenciar nuestra identidad como un orden sucesivo de acontecimientos, lo que afirmamos ocuparía siempre un lugar bien distinto a lo que pretendemos negar al día siguiente. Así, el hecho de que haya estaciones cálidas y estaciones frías, no hace que haya situación alguna en la que el clima sea cálido y frío al mismo tiempo.

Puede que al tratar de observar la realidad desde el confuso prisma de la eternidad —plano temporal que Borges consideraba más propio de una percepción animal—, la inconsciencia de nuestros gestos tienda a lo definitivo, como si cada instante contuviera en sí mismo la esencia de una realidad absoluta.


III

Es evidente que el presente, como tal, es pura percepción. Nos ubicamos en este mismo instante en la medida en que somos capaces de percibir la realidad con los cinco sentidos. ¿Pero lo que no podemos percibir directamente, en qué plano perceptivo-temporal deberíamos situarlo?