3 nov 2009

Primeros consejos




Hoy no he podido evitar recordar cierta conversación ajena que acabé escuchando hace ya tiempo en la cafetería de alguna plaza de Santa Cruz. Un padre le explicaba a su hijo que en realidad nadie debería ser juzgado por su forma de ser, ya que, decía, nuestra conducta —siempre hay grados, claro está— es algo tan subjetivo, que no merece la pena entrar en ese tipo de berenjenales a la hora de relacionarse con quien sea. Ese comentario no se me ha olvidado todavía, acaso porque las palabras del padre me parecieron de una sabiduría casi terapéutica.

Si alguien de mi familia me hubiera hecho comprender ese tipo de conceptos durante mi infancia, creo que a día de hoy no me preocuparía ni lo más mínimo el tener tal o cual grado de afinidad con la gente que conozco. Ni tampoco desconfiaría, yo me acuso, de un gesto determinado o de una forma más o menos errática de mirar a los ojos. Lo más probable es que un comentario así a tiempo, desmonte cualquier temprana tendencia a la suspicacia emocional o, por qué no decirlo una vez en confianza, a la cotidiana psicosis que nos remite, una y otra vez, a montar esa película mental que somos los primeros en sobrevalorar.

Asumámoslo: si hay algo que tiene un peso excesivo en este entramado de admiraciones y desprecios que es la sociedad, es la forma de ser. Eso que todos llamamos personalidad, no es más que una suma de cualidades que no siempre están ahí porque nos guste ser de un modo que a la mayoría de nuestros congéneres pueda causarle cierto rechazo en un grado admisible (las más de las veces, claro está). Rechazo que, al fin y al cabo, puede agudizarse cuanto más extraña o atípica se vuelva nuestra conducta.

Sí… Tenía razón aquel bondadoso maestro de andar por casa, cuando decía que todo juicio sobre lo que aparentamos siempre será demasiado subjetivo. Tan lúcido me pareció su comentario, que ahora entiendo por qué sólo puedo recordar la frase en sí. Posiblemente, si nada en aquel hombre era llamativo o memorable, era porque no se creía quién para entrar a formar parte de tan espléndido circo de vanidades. Un sencillo padre de familia, sólo eso. Sólo alguien obstinado en preparar a su hijo para la que se avecina.

¿Será eso lo que llaman humildad?