4 oct 2009

Una vieja diatriba









Los demás creen que soy como quiero ser. Si me da por llorar de puro desconsuelo, lo más probable es que todos piensen: ya está otra vez; es evidente que así, de ese modo tan burdo, trata de conseguir algo de quien sea. Pero eso es falso. Un llanto es siempre un llanto, y no está en manos de nadie el controlarlo. No puede haber ficción, ni intenciones ocultas en la expresión de una emoción súbita, ni en la extraña necesidad de ser totalmente espontáneo. Un llanto es siempre un llanto. E intentar comprender sus razones es del todo inútil.

Actuar de acuerdo a un sentimiento propio, supone también, pues acaso para el alma no haya espejos, actuar ciegamente, como si fuera otro el que al reír o al cantar estuviera mostrándose ante todos los demás, ante todos los que creen que soy siempre como quiero ser.

Lo cierto es que cuando me da por representar directamente la mala función de mis sentimientos, nunca sé si soy yo el que se expone a las miradas indiscretas o si los demás miran más de lo que debieran. Mucho más de lo que les gustaría que les observaran si también ellos estuvieran totalmente desnudos en mitad de un desfile de disfraces.